Reflexiones y provocaciones sobre el estado de la administración cultural en Bolivia.
Hay hitos que marcan el progreso o retroceso de una cultura, estos están
definidos por la ética y el modus
operandi de quienes viven determinado momento histórico. En estos
momentos son útiles las preguntas, la duda, la reflexión, y en ese sentido nos
animo a preguntarnos y respondernos: ¿Cuáles son las prácticas y valores de
nuestras instituciones culturales, sus directores, presidentes?, ¿qué rol histórico tienen la sociedad
civil, el público, los artistas y cultores?, ¿qué podemos hacer para evitar el
menoscabo de los trabajadores de la cultura?
Considero que la gestión cultural es un modo de cuidar y activar el
potencial de lo que somos y tenemos como sociedad, y para hacerlo es importante
registrar los momentos históricos que han propiciado el progreso de la sociedad
y sus instituciones, sus actores principales y sus dinámicas internas; luego
visibilizar estos procesos, para aprender y seguir avanzando. Así mismo la
gestión cultural es multidimensional y multidisciplinaria por excelencia, y se
requiere una interacción diaria con el entorno donde se la ejerce, para tomar
decisiones desde la ética y la creatividad.
En la gestión y administración cultural adentro y afuera de las
instituciones es imprescindible la disidencia, ya que posibilita la constante
autocrítica y autoconciencia del modus
operandi de las instituciones y de la dinámica sociocultural en sí; la
disidencia permite un constante diagnóstico del corpus cultural. Para esto
sirven las preguntas, la duda, la “re-flexión” de afirmaciones, negaciones o
polarizaciones respecto a determinados temas que preocupan a muchos y que no
terminan de salir a la luz.
Se observa un momento de quiebre en la administración cultural del país,
a nivel público hemos pasado a la politización de la cultura, y a nivel privado
persiste la indiferencia y el silencio ante los diversos despidos y exigencias
de renuncia a los trabajadores de la cultura que suelen ser disidentes en el
interior de la institución o tener coraje para manifestar sus criterios y
evidenciar el modus operandi de sus
directores y/o presidentes, asumiendo las consecuencias de desmedro por parte
de quien detenta el poder en la “biósfera cultural”.
Parece ser que el quiebre de la administración cultural radica
principalmente en la ausencia de normas básicas que respalden la labor del
trabajador de la cultura, adentro o afuera de una institución, entonces cada
quien (instituciones y administradores) hace lo que consideran pertinente ante
la inexistencia de la figura “trabajador cultural” en la ley del trabajo, y
como hay intolerancia al que piensa diferente, se empieza a administrar desde
el amedrentamiento, la
desarticulación de un equipo que otra gestión deja, el despido con motivo recurrente de “reestructuración de
organigrama” desde que se ingresó al cargo, y finalmente se concurre en la
organización de reuniones de café o escritorio para menoscabar la trayectoria
de quienes causaron molestias a la institución desde las redes o desde adentro
de la misma institución.
Finalmente se deja ver la falta de idoneidad, actualización y
contextualización de las personas que dirigen las instituciones culturales, y
encima la palabra cultura se vuelve tramposa al no haber un marco
jurídico-institucional que respalde a los trabajadores de la cultura en un
país que se jacta de su plurinacionalidad y diversidad cultural.
2 comentarios:
La falta de continuidad a los procesos es lo que queria decir. ;)
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